De la colaboración y el trabajo entre equipos

En la actualidad la colaboración entre equipos y personas es tendencia. Incluso se puede llegar a decir que estamos en un momento burbuja de la colaboración. Un hype (palabreja de esos que aparecen en un bingo de la transformación digital como obligatorio de usar si no quieres parecer del siglo pasado). Y no quiero decir que sea mala la colaboración entre equipos, que nadie lo lea así. Por si acaso lo dejaré en positivo: La colaboración entre equipos es buena y necesaria. Pero es que es cierto que ahora es el momento de promoción y bombo absoluto de las herramientas colaborativas. Todo lo compartimos. Tenemos grupo de whatsapp, red social interna del trabajo, redes sociales como las del resto de mortales, «grupos» en el outlook y una unidad de red compartida y sincronizable. Eso por no decir que ahora, con el Office, tres, cuatro o n personas pueden tener abierto el mismo powerpoint a la vez, trabajar con él al mismo tiempo y que los cambios se guarden en una versión actualizada del documento sin problema alguno (esto es exagerado, sin duda, pero es cierto que se gestiona bastante bien con un poco de organización). O que en estas semanas Microsoft anunció una herramienta propia, Teams, para competir contra Slack, que es la herramienta de la colaboración por excelencia.

Pero como en muchas otras materias, la colaboración no es una cuestión de herramientas tecnológicas, sino una cuestión mental. Las herramientas nos lo hacen más fácil, cierto, pero la colaboración en el trabajo y entre los equipos es muy anterior a la edición compartida de documentos en el ordenador.

Un equipo no es solamente un grupo de personas que se organiza para realizar una actividad o trabajo. Hay algo más. Los miembros del equipo comparten un objetivo común (podría ser un propósito) y todos saben sus objetivos propios y el papel que cada uno desempeña para alcanzar ese objetivo común. Y sólo se busca el logro del objetivo común. De nada sirve el logro individual si el colectivo no se alcanza. Y eso exige mucha comunicación y mucha colaboración. Y el proceso no es simple y para alguien muy cerca de entrar en los cuarenta puede ser más largo que para los millenials que ya lo están viviendo así desde su nacimiento.

Tuve mucha suerte, porque durante mi estancia en Lisboa hace diez años (de la que ya hablé en el artículo anterior) fui parte de un equipo que, sin todas esas herramientas, me enseñó a comprender el valor de la cooperación y la colaboración. El dejar de considerar el yo y pasar a pensar en el nosotros. El alegrarme de los logros de mis compañeros como si fueran míos. El de entender que por encima de mi objetivo, había otros superiores y que el mío no era sino un medio para alcanzar el resto. Y comprender que mis datos no eran para nada míos, sino de la empresa y que por tanto debían estar disponibles para todo colega que quisiera aportar valor con aquellas informaciones. Por aquél entonces no existía twitter o justo estaba naciendo y seguía vigente la premisa de que quien tenía la información tenía el poder.

He tenido suerte. Hace algunos años trabajé en la creación de la primera Red Social de Intercambio de conocimientos de mi empresa. Me enseñó que las herramientas pueden facilitar la colaboración, pero que es necesario un proceso mental para alcanzar ese estado de colaboración óptimo. Conocí usuarios que encontraron en aquella red información muy útil para conseguir sus propios logros, pero que luego eran incapaces de compartir nada porque su trabajo «era confidencial». Y conocí a personas que queriendo crear otra comunidad, no encontraban que información poner allí sin que aquello mermara su poder centralizador.

Y sigo teniendo una suerte brutal, porque ahora trabajo en un equipo donde la colaboración está en su ADN. No es necesario que se pida a la gente que comparta su conocimiento. Es una idea que la mayoría ya trae «de serie» (bueno, unos de serie y otros lo han añadido a lo largo de su carrera profesional). Las personas que crean algún contenido no tienen problema en prestarlo a todos los demás; pero quienes lo usan no dudan en reconocer la autoría y el buen trabajo del padre de los documentos o las ideas. Un equipo que piensa en un modo de producción Creative Commons (le voy a tomar la idea al jefe) y que trabajan como una auténtica red de conocimiento.

Esta forma de trabajo cada vez tiene más adeptos y cada vez más personas entienden así la colaboración. Pero eso no quita para que sigan existiendo (y estarán entre nosotros durante años) aquellos que entiendan la colaboración sólo como el uso de la herramienta y no como el hecho de compartir y colaborar en sí mismo. Que utilizarán las herramientas para atesorar informaciones del resto y llegar a cumplir sus metas sin importar lo que suceda con el resto.

No os creáis, que durante este tiempo he podido reafirmar mi cariño por las prácticas colaborativas visitando de vez en cuando el lado oscuro. Equipos sin ningún sentimiento de unidad o pertenencia (ese grupo de gente trabajando en un sitio único sin conocer quien se sienta a su lado); donde el flanco derecho no sabe que hace el flanco izquierdo; o incluso donde se esconden informaciones entre ellos porque se ven como equipos competidores, algo que hace no mucho tiempo era la forma de trabajar en varias empresas.

¿Y vosotros? ¿Vivís en esta ola (o tsunami) de la colaboración? ¿O estás a mitad de camino entre la burbuja e el lado oscuro? ¿Cuanta gente está subida? ¿Se quedan en el detalle o llegan hasta el cogollo de la misma? Y sobre todo… ¿será esto otra moda pendular o habrá llegado para quedarse?

Nos leemos.

Foto de Budzlife: Team Work en Flickr

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